Por Rodrigo Bastidas Pérez
Le daremos tiempo al tiempo, él nos dirá qué sucede.
“Tiempo al tiempo”, Los Kjarkas
La ciencia ficción es un género temporal. Contrario a lo que se piensa, su base, su esencia, su lógica interna no son la ciencia sino el tiempo. En todo estudio teórico, la forma en que concebimos el tiempo se logra filtrar entre epistemologías, viajes espaciales y transformaciones biológicas; cuando hablamos de ciencia ficción, siempre estamos hablando de una temporalidad que tratamos de atrapar como si fuera un puñado de arena. La próxima vez que surja la duda sobre cómo entendemos la ciencia ficción, en el fondo la pregunta apuntará a cuál es nuestra relación con el tiempo y detrás de esa idea encontraremos la semilla del género.
Aventuro entonces algunas ideas que durante años me han servido para hallar esa esquiva y siempre curiosa relación que encuentro entre esos dos entes que parecen caminar tan entrelazados que, si los miramos desde lejos, no los podríamos diferenciar fácilmente.
La primera, más inmediata, retoma la idea de una linealidad causal. La ciencia ficción habla de un futuro posible que aparece como una extrapolación del presente inmediato. Es la versión más conocida del tiempo para el género: los autores observan el presente para prever las cosas que ocurran en el futuro; la ciencia ficción previene y alerta sobre lo que puede pasar en un porvenir. Esta visión es profundamente tentadora, no sólo porque produce calma en la consistencia de las ideas de presente y futuro, sino porque convierte al género en una especie de narrativa predictiva. Es de esta manera que utopistas como Raymond Williams ven las posibilidades ideológicas de la ciencia ficción: le imponen una mirada sociológica en la que la representación del presente de creación es capaz incluso de fagocitar el libro mismo. Algunos autores, llevando este concepto al extremo, consideraban que un buen relato de ciencia ficción se complementa con un titular del periódico, haciendo que los futuros narrados sean leídos como rápidos vistazos a lo que vendrá. Esta visión triunfó decisivamente como aquello que definía la ciencia ficción en general, pero creo que es posible empujar un poco más los conceptos, llevar las ideas a un límite menos estructurado.
La segunda visión que propongo parte de un ejercicio casi deconstructivo. Para los griegos el tiempo se concebía a partir de dos términos que nombraban dos formas de pensar y sentir el río imparable de la temporalidad: cronos y kairos. Simplificando un poco, cronos es el tiempo del calendario, aquél que nos permite no retrasarnos cuando tenemos una cita; es un tiempo cuantitativo y medible por esa máquina infernal de la modernidad llamada reloj. El kairos es concebido como el tiempo interno del espíritu, el tiempo de la imaginación que nos hace sentir los meses de felicidad vacacional como segundos y las burocracias cotidianas del día a día como siglos; es cualitativo y no se puede medir, sólo narrar. La ciencia ficción se ubica en medio de estos dos tiempos: es la estructura literaria ideal para hablar de una imaginación que se ha hibridizado con máquinas contables. Es el tiempo de la ensoñación superpuesto a un calendario astronómico, es la combinación perfecta entre la rigidez maquínica de la ciencia y la fluidez surrealista de la ficción. Es una sensación: el momento exacto cuando vemos el reloj y sentimos que imaginación y realidad se convierten en uno, el instante en que se produce el shock de darnos cuenta de que también somos narración.
Estas dos visiones de la relación entre tiempo y ciencia ficción se cimentan en la solidez de unos conceptos que funcionan como pilares, como boyas que nos mantienen a flote; sin embargo, en las últimas décadas, con la caída estrepitosa de esos grandes relatos que resultaron ser dientes de león en la ventisca, el tiempo se ha convertido más y más en una imagen que sólo podría ser representada en un cuadro de Leonora Carrington. Esto ha conllevado que el tiempo, tal como lo conocemos, se convierta en algo mucho más dúctil, cambiante y maleable; y la ciencia ficción, como su hermana gemela, también se haya convertido, progresivamente, en un género difícil de mantener con una estructura definida y fija.
Una de estas visiones dislocadas pertenece al fuerte activista del deseo simbólico, Fredric Jameson, quien lee en la ciencia ficción la representación de un tiempo marcado por la conjugación entre la ideología, lo político y el inconsciente. Para él, la ciencia ficción ocurre en un tiempo de ensoñación marcado por la representación de un deseo que sólo puede cumplirse en el campo de la invención; es decir, ocurre en el tiempo del inconsciente. Con esto, Jameson saca la ciencia ficción de la línea de lo posible y la inserta en un tiempo sin tiempo, en un lugar situado en el deseo puro; así, la ciencia ficción se convierte en un género que se traslada a un plano astral que tiene relación con el momento de escritura (es resultado de éste), pero que solo tiene el poder de representación a través del anhelo.
Es por esto por lo que, siguiendo con este camino, Mark Fisher después construyó su idea de una narrativa de la hauntología: la ciencia ficción es aquello que se acecha, lo que se caza, se desea, se persigue y, al mismo tiempo, es lo fantasmal, lo imposible de atrapar. No es gratuito que a esta idea le siguiera, de manera casi inmediata, la de los “futuros perdidos”, realidades que no existen sino como posibilidades frustradas, como narraciones que no tienen la potencia de la realización porque su tiempo ya ha pasado. Los escritores de ciencia ficción apuestan a las escondidas con el tiempo, en un juego en el que no importa quién gana (esa posibilidad no existe) sino cómo se producen los desencuentros. La ciencia ficción ya no solamente se ubica en el tiempo inaprensible del anhelo, sino en ese oxímoron que (como suele ocurrir en el caso de las sensaciones) sólo se puede nombrar en alemán: Sehnsucht, la nostalgia por lo intangible.
Así como estos autores, otros críticos y teóricos han tratado de comprender esa relación codependiente entre la ciencia ficción y el tiempo; sería extenso y enmarañado dar cuenta de todos ellos, pero comprender estas relaciones nos sirve para hacernos una última pregunta: ¿y nosotros?, ¿cómo vemos esa relación compleja y elaborada en Latinoamérica? Como hijos de la modernidad que se nos implantó después de la invasión europea del siglo XVI, solemos ver el tiempo como una linealidad efectiva que responde a los avatares del mercado. El reloj se nos impuso para que se pudieran coordinar los ritmos de extracción de nuestra materia prima para sus fábricas y sus industrias; el tiempo que vivimos es ajeno, artificioso, un visitante foráneo que recibimos con los brazos abiertos, pero del que creemos que ya es momento de que regrese a su casa. Es ahora, cuando todos los conceptos (desde la verdad hasta la vida) están siendo reevaluados, que debemos aprovechar para pensar de nuevo el futuro y el presente desde nuestras propias concepciones epistémicas.
Si nos es posible salir del tiempo de occidente y, aún más, del tiempo humano, nos vamos a encontrar con una tierra que pulsa en ciclos que siempre han estado ahí, latiendo en nuestras venas en un sistema de irrigación que ya no es de sangre, sino de relatos. Un bosque de niebla que busca establecer sus límites, un frailejón que deja suspendida una gota de rocío en las hojas, un río de lava que baja por la ladera de un volcán solidificándose en el camino, un grupo de cortaderas colmando la pampa. Todo tiene ritmos que se alejan de lo humano y basta con que lo observemos para que imaginemos otra ciencia posible, una nueva episteme que puede configurar una nueva ciencia ficción.
La ciencia ficción de Latinoamérica ya está dispuesta a narrar un nuevo tiempo: el del collage y la yuxtaposición, el del recorte y el doblez, el de la simultaneidad de saberes propios que se convierten en una nueva forma de comprender el mundo. Es nuestra vivencia temporal y, por lo tanto, es nuestra ciencia ficción: es el momento de moldearlas. Las semillas de un presente latinoamericano con migraciones, pandemias, luchas ganadas y perdidas, feminista, animalista e indigenista, violento y esperanzador; tendrán su momento de crecer y dar los frutos a un futuro que, espero, para ese momento tendrá otro nombre: uno que, nacido de nuestro corazón de tierra, exprese lo que podemos llegar a ser.